En una charla del llamado Oscar Roundtable de 2012, organizada por la revista Hollywood Reporter, el presentador le pregunta al prestigioso director austriaco Michael Haneke (Caché, White Ribbon, Amour) sobre la violencia en el cine y si él dirigiría una película sobre Hitler.
El cineasta -creador de cintas como Funny Games (1997)- contesta que jamás haría una película sobre Hitler o sobre el holocausto, porque no le interesa hacer un melodrama de algo tan atroz.
Para Haneke, crear emociones a los espectadores a través de la violencia y el melodrama de esos temas plantea una fuerte responsabilidad para el cineasta. “Esta consiste”, dice Haneke, “en darle a la audiencia las herramientas para no dejarse manipular tan fácilmente”.
El director va más allá, y critica duramente filmes como La Lista de Schindler porque Spielberg -dice Haneke- “crea entretenimiento y suspenso a partir de una tragedia como lo son los campos de concentración”.
“El espectador ideal”, cierra el austriaco, “es aquel que ante una escena de violencia, cierra los ojos o voltea para otro lado”.
Las frases de Haneke vienen a cuento porque en no pocos momentos de Warfare (EU-Reino Unido, 2025), el quinto largometraje del director y guionista Alex Garland (Ex Machina, Civil War), no pude sino cerrar los ojos. Lo que el realizador de origen británico muestra en pantalla es de una crueldad bestial.
Warfare inicia con una escena que no es sino un golpe bajo (aunque en ese momento nosotros, la audiencia, no lo entendemos). Un grupo de jóvenes marines del ejército de Estados Unidos, todos perfectamente uniformados y equipados, están en descanso y ven en el celular de uno de ellos videos en Youtube. Concretamente, se trata del videoclip del tema dance Call On Me, de Eric Prydz, el cual muestra a varias chicas en leotardos pegaditos y ochenteros haciendo aeróbicos mientras la cámara hace atrevidos close-ups a las muy cerradas curvas de sus espectaculares bailarinas.
Es un momento feliz, donde todos cantan, brincan, gritan y exudan alegría. Tal vez el último momento de sus vidas en que lo harán.
Corte a alguna ciudad de Iraq. Es noviembre de 2006, y estamos en una de las guerras más infames que ha promovido Estados Unidos en su historia. El comando que vimos en la primera escena tiene una misión de reconocimiento (o eso pensamos porque en realidad nunca sabemos qué hacen exactamente esos jóvenes en medio de una ciudad de casitas de apenas dos pisos) y deciden tomar por la fuerza -sin preguntarle a nadie, mucho menos a la familia que ahí vive- una casa de dos pisos que al parecer tiene una posición estratégica para montar un puesto vigía con un francotirador.
Lo que sigue es la desmitificación total de la guerra, al menos como la hemos visto en miles de películas: resulta que cuando no hay combate, la guerra es bastante aburrida.
Y es que en los primeros treinta minutos de la película, estos jóvenes no hacen nada sino estar atentos a la radio, mandar claves crípticas, tomar notas, ver imágenes de satélite y, mediante la mira de un francotirador, observar quién entra y quién sale de un departamento a metros de ahí.
En resumen no pasa nada, y al director no le interesa hacer corte para obviar el hastío, al contrario, claramente el cineasta busca contagiar el aburrimiento, la tranquilidad, el silencio en el ambiente, que no es sino la antesala al horror absoluto.
De buenas a primeras, una gran explosión inaugura el caos. Al menos dos soldados han caído en combate, las partes desmembradas de sus cuerpos salen volando y yacen dramáticamente en el piso, al menos dos de ellos están muy malheridos y sus gritos de dolor sólo se ven silenciados por el ruido de la metralla y por la decisión de los editores y diseñadores de audio (Danny, Glenn y Nick Freemantle) de hacer un mutis que solo hace más dramático el momento.
Lo que inicia como una cinta sobre lo aburrida que puede ser la guerra, termina como una brutal exposición sobre como realmente es el combate en la vida real. Y es que Warfare no solo es dirigida por Alex Garland, sino que también tiene crédito Ray Mendoza, guionista, productor pero principalmente ex Navy Seal que durante 16 años estuvo a las órdenes del ejército de los Estados Unidos.
La película inicia con una epígrafe que nos hace saber que todo lo que se ve en pantalla no solo sucedió, sino que está escrito a partir de la memoria de algunos de los combatientes que estuvieron en ese lugar y en esa guerra.
Ni Garland ni Mendoza buscan entretenernos en ningún momento. Las escenas de acción, si bien emocionantes, no terminan nunca bien. Las secuencias del inicio son auténticamente aburridas, las escenas de combates son auténticamente sangrientas, perturbadoras, viscerales y caóticas, al grado de que resulta imposible no voltear hacia otro lado.
Los soldados tienen nombre y apellido, pero nunca sabemos realmente quiénes son: jóvenes anónimos que seguramente no saben por qué están ahí. Todos son reconocibles no por sus nombres, sino por los rostros de quienes los interpretan (algunos de ellos actores ya famosos como Joseph Quinn, Will Poulter y Michael Gandolfini), pero todos son tan intercambiables, como los soldados en una guerra.
Al final solo hay una pregunta posible: ¿para qué?
¿Para qué fue esa guerra?, misma que inició con la mentira de las famosas “armas de destrucción masiva” que el gobierno de Bush jamás logró probar.
¿Para qué revivir esos momentos y ponerlos en pantalla?
¿Para qué nos sirve ver esa masacre con tal efectividad de recursos?
¿Para qué fueron esos jóvenes sino a morir?
¿Para qué sirvió tanto derramamiento de sangre?
¿Para qué?