Para mí, sin ser de las mejores obras del peruano, me sumergió en un apasionante entorno de facciones, de eternas disputas políticas, de mucha discusión conceptual y de una “revolución permanente” inmóvil...

Cuatro, dijo Vargas Llosa y Carlos Fuentes arregló su corbata, Julio Cortázar encendió un cigarrillo y Gabriel García Márquez se sobó la barbilla